Acostada
en su cama, fumaba y fumaba incansable un cigarro tras otro en medio de ese
bloque oscuro y denso. Cuestionaba su existencia, el sentido de lo que esperaba
y las repercusiones que tendría dejar todo en ese momento.
Atada
al hambre y otras voluntades, aspiraba del tabaco áspero y seco; inhalando en
trance, el aire amargo, esperando a alguien que jamás deseaba ver.
En la
tortura de esas noches eternas y angustiantes, el orgullo, que sentía quedaba
aún, se desvanecía lentamente en cada exhalación.
- ¿Cuántos cigarros más? -Se
preguntaba, mientras esperaba. Todos los que fueran necesarios para orquestar y
extender ese momento helado, que a ratos se teñía de paz. Sabía que cuando él llegara, cambiaría todo,
ella activaría sus voces maternas y recriminaría con rugidos, la ausencia de
pan y amor.
Ya
acostumbrada a habitar el vacío e impotencia diaria, podía soportarlo. Era un
cotidiano deprimente y robusto de firmeza propia, que entregan años de
monotonía espesa. Tampoco necesitaba malos intentos de amor de ese ser oscuro y
borroso, con el que vociferaba un odio visceral. Dejó de esperar rastros de
esperanzas hace tiempo, quizás desde el comienzo, solo estaba ahí para cumplir
con el ritual nocturno de cada viernes, para
no decepcionarlas – pensaba.
A ratos
se preguntaba cuándo acabaría con este teatrillo. Se respondía lo mismo todas
las noches- Cuando crezcan un poco más-
suspiraba, tratando de dar un plazo que se ajustara a la poca energía y valor
que le quedaban, después de años acumulando esta rutina gastada. De alguna
forma, sentía que era posible vivir pegada en ese hábitat de alquitrán y
gritos. Y de alguna forma lo hacía.
Volvía
a sus pensamientos- No puedo ahora -
sentenciaba, entre la oscuridad palpitante - Más adelante… - Volvía a aseverar, mientras inhalaba, ya casi sin
fuerzas, su reducido cigarro.
Cuando ellas crezcan, va a estar todo bien.
Van a tener todo lo que yo no pude. Él hará lo que siempre quiso y estará libre
de mis gritos...
Fue sacada
abruptamente de sus pensamientos por el chirrido de la puerta principal y dio rápidamente
una última fumada.
- Ya es hora- pensó, mientras aplastaba el
filtro de su cigarro, sobre los otros que colmaban su improvisado cenicero de
loza.
Ve
entrar, acompañada de oscuridad y ruidos, una silueta inmensa y bamboleante
hacia la pieza, su corazón late oprimido, mientras espera la distancia precisa para
lanzar el primer grito.
Envuelta
en humo y con el vientre hirviendo, apreta los dientes y da comienzo a su
ritual de los viernes.
Edición de texto: Yohana Benavides
Actuación: Yohana Benavides
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